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CURSO ANUAL DE FORMACIÓN EN LA MISA TRIDENTINA

“La Eucaristía es nuestro tesoro más valioso. Es el Sacramento por excelencia; nos introduce anticipadamente en la vida eterna.”

S.S. Benedicto XVI

«La religión católica contiene algo asombroso y sobrecogedor: la presencia real y viva de Cristo en el Santísimo Sacramento del Altar, y el Sacrificio que Cristo hizo de Sí mismo en el Monte Calvario, ofrecido de manera incruenta en la Misa.

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Compartimos esta publicación vista en el sitio web de nuestra asociación hermana Una Voce Sevilla, que creemos será de interés para nuestros lectores:

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El siguiente ensayo está tomado de Liturgical Arts Quarterly, 1936, volumen 5, no. 2. Contextualmente, cabe señalar que Dom Hammendstede escribe pensando en el inmemorial Rito Romano, o lo que hoy en día llamamos más comúnmente la “Misa Tradicional”.

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Por el P. William Rock, FSSP

“¿A qué hora es la Misa?” es una pregunta que se escucha con bastante frecuencia en los entornos católicos. Tal pregunta es razonable ya que cada parroquia tendrá su propio horario de misas, teniendo en cuenta el horario de trabajo de los feligreses, las condiciones del tráfico local en diferentes momentos del día y otros factores similares. Parece que no hay una hora fija para celebrar la Misa, e incluso se experimenta cierta sorpresa cuando se responde “A medianoche” a la pregunta “¿A qué hora es la Misa de Gallo?”

Anteriormente, sin embargo, la situación, particularmente la de las antiguas Misas Estacionales del Papa1 y de las Misas conventuales (es decir, las de la comunidad) de los monasterios, era diferente. En estos casos, dependiendo de cuál fuera el día en el calendario litúrgico de la Iglesia, la Misa tendría lugar en diferentes horarios. Santo Tomás de Aquino capturó esta antigua tradición en su Summa Theologica. Pero, para entender lo que escribió, uno debe entender cómo los antiguos romanos habrían medido el tiempo. Para los antiguos romanos, habían 12 horas diurnas, independientemente de la cantidad de luz solar que pueda haber en un día determinado. Como resultado, la “hora” variaría en su duración según la cantidad de luz que tuviera el día. Basado en este sistema, la hora Tercia marcaba cuando el sol estaba a la mitad de su cenit, la hora Sexta cuando el sol alcanzaba su cenit, y la hora Nona cuando el sol estaba a la mitad de su descenso desde su cenit. En algunas explicaciones, la Tercia está asociada con nuestras 9 de la mañana, la Sexta con nuestras 12 del mediodía y la Nona con las 3 de la tarde, pero estas son aproximaciones2. Con esta explicación se puede presentar el texto de Santo Tomás (S.T. III, q. 83, a. 2, ad. 3).

Antiguo cronometraje romano.

Cristo, como se ha manifestado ya (III q.73 a.5), quiso dar este sacramento [la Eucaristía] a sus discípulos en último lugar para que se imprimiese más fuertemente en sus corazones. Por eso lo consagró y se lo entregó después de la cena y al finalizar el día. Nosotros, sin embargo, lo celebramos a la hora de la pasión del Señor, a saber: en los días de fiesta, a la hora Tercia, que es cuando fue crucificado por las lenguas de los judíos, tal y como se dice en Mc XV, y cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos, en los días ordinarios, a la hora Sexta, que es cuando fue crucificado a manos de los soldados, como se dice en Jn XIX; y en los días de ayuno, a la hora Nona, que es cuando dando un fuerte grito, exhaló el espíritu, como se dice en Mt XXVII.

Pero se puede celebrar también más tarde, especialmente cuando hay ordenaciones, y sobre todo el día de Sábado Santo, ya sea por la prolijidad del oficio, ya sea porque las órdenes pertenecen al domingo, como se dice en Decretis dist. LXXV cap. 4 Quod a patribus. E, incluso, pueden celebrarse misas en las primeras horas del día por motivos de necesidad, como se dice en De Consecr. dist. I cap. 51 Necesse est, etc.

La misma tradición es expresada por Guillermo Durando, obispo de Mende (m. 1296 d.C.), el gran comentarista litúrgico medieval, en su Rationale Divinorum Officium (ver IV, I, 20-21). También agrega que:

Sin embargo, el día de la Natividad del Señor se canta una Misa por la noche, como ya se ha dicho en esa fiesta. Y luego, si dos Oficios ocurren en el mismo día durante la Cuaresma, que llamamos “días dobles”, la Misa de la fiesta se dice a la hora tercia, sin genuflexión, y el Oficio diario de Cuaresma a la hora nona, con genuflexión. Durante el tiempo de Adviento se celebra la Misa de la fiesta de un santo a la hora tercia3.

Esta práctica de tener más de una Misa por día [N. del T.: que no significa que un sacerdote celebre mas de una Misa al día] también es mencionada por Santo Tomás:

Asimismo en otros días en los que hay que recordar o impetrar muchos de los beneficios de Dios, se celebran varias Misas en el mismo día, como por ejemplo, una para la fiesta del día, y otra por un ayuno o por los muertos).

ST III, q. 83, a. 2, ad. 2

En los días festivos, la Misa se decía a media mañana y, en los días que no eran festivos o no se ayunaba, la Misa se decía alrededor del mediodía. En los días de ayuno, la Misa se decía a media tarde, después de lo cual los romanos rompían el ayuno, lo que en ese entonces significaba no comer nada antes de este momento4. Sin embargo, independientemente de la hora en que se celebraba la Misa, se hacía una conexión con la pasión y muerte de Nuestro Señor. El tiempo es sagrado y se lo santifica. No solo los días de la semana y las estaciones del año, sino incluso las diferentes horas del día.

Santo Tomás señalaba arriba que los Sábados de Témporas y el Sábado Santo5, cuando históricamente se habrían llevado a cabo las ordenaciones, la Liturgia podía posponerse más allá de Nona, porque las Órdenes Sagradas están destinadas al domingo. Como cita de autoridad para esta posición, hizo referencia al Decreto de Graciano, la recopilación de Derecho Canónico de su tiempo. La entrada del Decreto a la que hace referencia Santo Tomás es en sí misma una parte de la carta del papa san León Magno (que reinó entre los años 440-61 d. C.) a Dióscoro, obispo de Alejandría. La parte pertinente de la misma dice:

Por lo tanto, lo que sabemos que nuestros padres observaron con mucho cuidado, deseamos que vosotros también lo guardéis, a saber, que la ordenación de presbíteros o diáconos no debe hacerse al azar en cualquier día, sino que después del sábado, debe elegirse el comienzo de la noche que precede al amanecer del primer día de la semana en el que la sagrada bendición debe ser conferida a aquellos que han de ser consagrados, estando los ordenandos y el ordenante igualmente en ayunas. Esta observancia no será violada, si realmente esto se celebra en la mañana del día del Señor sin romper el ayuno del sábado: porque el comienzo de la noche anterior forma parte de ese período, y sin duda pertenece al día de la Resurrección como está claramente establecido con respecto a la fiesta de Pascua. Porque además del peso de la costumbre que sabemos descansa sobre la enseñanza de los Apóstoles, las Sagradas Escrituras también lo dejan claro, pues cuando los Apóstoles enviaron a Pablo y Bernabé por mandato del Espíritu Santo para predicar el Evangelio a los pueblos, les impusieron las manos en ayuno y oración, para que sepamos con qué devoción tanto el que da como el que recibe deben estar en guardia para que un sacramento tan bendito no parezca ser realizado descuidadamente. Y, por tanto, seguirás piadosa y loablemente los precedentes apostólicos si tú también mantienes esta forma de ordenar sacerdotes en todas las iglesias que el Señor te ha llamado a presidir: a saber, que los que van a ser consagrados nunca deben recibir la bendición excepto en el día de la Resurrección del Señor, que comúnmente se considera que comienza en la tarde del sábado, y que ha sido santificado con tanta frecuencia en las misteriosas dispensaciones de Dios que todas las instituciones más notables del Señor se cumplieron en ese gran día. En él tuvo su comienzo el mundo. En él, por la Resurrección de Cristo, la muerte recibió su destrucción, y la vida su comienzo. En él los apóstoles toman de las manos del Señor la trompeta del Evangelio que ha de ser predicado a todas las gentes, y reciben el sacramento de la regeneración que han de llevar a todo el mundo. En él, como da testimonio el bendito Juan Evangelista cuando todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar, y cuando, estando las puertas cerradas, el Señor entró entre ellos, sopló sobre los mismos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: a quienes les hayáis perdonado los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los hayáis retenido, les serán retenidos. En él, finalmente, vino el Espíritu Santo que había sido prometido a los Apóstoles por el Señor: y así sabemos que fue sugerido y transmitido por una especie de regla celestial, que en ese día debemos celebrar los misterios de la bendición del sacerdocio a los que fueron conferidos todos estos generosos dones.

Los eruditos litúrgicos de los siglos XIX y XX, como el siervo de Dios dom Próspero Guéranger6 y el beato Ildefonso Schuster7, arzobispo de Milán, al reconstruir las Liturgias de Ordenaciones del Sábado de Témporas, afirmaron que esas Misas comenzaban el sábado por la noche, y las ordenaciones ocurrían el domingo mismo, cerca del amanecer. A conclusiones similares se llegaron respecto de la Vigilia Pascual8. Sin embargo, investigadores más contemporáneos, como Gregory DiPippo (ver, por ejemplo, aquí y aquí) han argumentado que esta reconstrucción es equivocada y que estas ceremonias, incluso comenzando el sábado por la noche, habrían concluido mucho antes de la medianoche. Esta posición, expresada por DiPippo, coincide más estrechamente con la explicación dada por el papa san León. De hecho, en su Carta, el Papa tuvo que explicar que las ordenaciones se pueden realizar el mismo domingo, siempre que no se haya roto el ayuno del sábado. Si las ordenaciones hubiesen ocurrido regularmente el mismo domingo, tal explicación sería superflua. El malentendido de los eruditos litúrgicos del pasado, sin duda contribuyó a las nuevas rúbricas promulgadas bajo el venerable Pío XII de que todo debía hacerse en Sábado Santo de modo que la Misa de la Vigilia Pascual comenzase alrededor de la medianoche.

Dicho todo esto, ¿qué quiso decir Santo Tomás cuando señaló que las Misas de los Sábados de Témporas y de la Vigilia Pascual, podían aplazarse desde Nona? Simplemente quiso decir que la Liturgia podía comenzar más cerca de la puesta del sol del sábado para que las ordenaciones se confirieran alrededor o después del atardecer, porque, como escribía san León, “el día de la Resurrección del Señor… comúnmente se considera que comienza en la tarde del sábado”. Esta afirmación no debería ser inesperada ya que la tradición cristiana es que las fiestas, particularmente los domingos, comiencen la noche anterior. En su comentario al Evangelio de San Juan, Santo Tomás, expresando esta tradición, escribió:

Para aclarar esto, debe notarse que las fiestas de los judíos comenzaban en la tarde del día anterior (Lev. XXIII, 5). La razón de esto fue que contaban sus días según la luna, que aparece por primera vez en la tarde; entonces, contaban sus días de una puesta de sol a la siguiente. Así, para ellos, la Pascua comenzaba en la tarde del día anterior y terminaba en la tarde del día de la Pascua. Celebramos las fiestas de la misma manera…

Cap. 13, lect. 1, n. 1730

Muchos de los que rezan el Oficio Divino están acostumbrados a las fiestas normales que comienzan con el oficio nocturno de Maitines y concluyen, en la tarde del día de la fiesta, con Vísperas y Completas. Sin embargo, las fiestas de mayor rango comienzan la noche anterior, con los oficios de Vísperas y Completas. Así, las fiestas mayores tienen primeras y segundas Vísperas, mientras que las de menor rango sólo tienen un único oficio de Vísperas, que correspondería a las segundas Vísperas antes mencionadas. Pero, antes de las reformas de mediados del siglo XX, la situación se invirtió. Todas las fiestas tendrían primeras Vísperas, mientras que sólo las fiestas mayores tendrían segundas Vísperas. De esta manera, las fiestas cristianas comenzarían la noche anterior, siguiendo la antigua tradición expresada por san León Magno y santo Tomás.

Comienzo de la Vigilia Pascual (FSSP South Bend)

Esta práctica también puede explicar por qué, en las Vigilias tradicionales de Pascua y Pentecostés, el color cambia de morado a blanco o rojo respectivamente para la Misa. El morado expresa que estos sábados eran días de ayuno9, pero una vez que el sol se ha puesto, el color cambia para señalar que, si bien las Misas siguen siendo las de las Vigilias, no las de las Fiestas mismas, sí participan del carácter festivo de las Fiestas que se aproximan. Propiamente hablando, el comienzo de estas Fiestas son sus Primeras Vísperas, que, en el caso de la Pascua, se incorporaron siempre a la propia Misa de la Vigilia, al finalizar esta.

Las trazas de la tradición con respecto a los horarios de Misa perduraron incluso hasta el siglo XX. En Misales anteriores a 1962, se encuentran las siguientes rúbricas:

1. Las Misas privadas pueden decirse a cualquier hora desde la madrugada hasta el mediodía, habiéndose rezando al menos Maitines y Laudes. [Esto está en consonancia con lo que dijo santo Tomás acerca de que las Misas se decían en las primeras horas del día, por motivos de necesidad”.]

2. Las Misas Conventuales y Solemnes, sin embargo, deben decirse según el siguiente orden. En las fiestas Dobles y Semidobles, los domingos, y los días de infraoctavas, después de rezada en coro la hora Tercia. En las fiestas Simples, y en las ferias [días sin fiesta] durante el año, después de [rezar en coro] la hora Sexta. En Adviento, Cuaresma y en las Témporas (incluso dentro de la Octava de Pentecostés), y en las Vigilias de ayuno, aunque los días sean solemnes, la Misa debe cantarse después de [rezar en coro] la hora de Nona.

Missale Romanum [1920], Rubricæ generales Missalis, XV — De Hora celebrandi Missam

Aquí se conservan los tiempos y distinciones señalados por santo Tomás y Durando. Las Misas conventuales y solemnes en los días festivos (fiestas de clase Doble y Semidoble) se decían a media mañana, y los días no festivos, sin ayuno (fiestas de clase Simple y ferias), la Misa se decía alrededor del mediodía. En los días de ayuno (Adviento, Cuaresma, Témporas y algunas Vigilias), la Misa se decía a media tarde.

Cabe señalar que en las rúbricas anteriores, “Vigilia” significa un día de preparación próxima inmediatamente anterior a una fiesta y la Misa de Vigilia es la Misa propia de este día preparatorio. Esto debe distinguirse de una Misa celebrada en la tarde anterior a un día de fiesta que es litúrgicamente la Misa de la fiesta. Propiamente hablando, tal Misa es una Misa anticipada, no una Misa de Vigilia. Un ejemplo de una Misa de Vigilia propiamente dicho, es la Misa del 24 de diciembre, en el que se celebra la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor.

Además de la información provista en las rúbricas citadas anteriormente, las instrucciones propias dadas para el Miércoles de Ceniza, la Vigilia Pascual10, y la Vigilia de Pentecostés en Misales anteriores a 1962 contienen la rúbrica de que las ceremonias deben comenzar después de que se haya rezado el oficio de Nona, indicando que se celebran en días penitenciales. Para la fiesta de la Anunciación, que generalmente cae durante la Cuaresma, se dan instrucciones de que la Misa comience después de que se haya rezado el oficio de Tercia, ya que es un día festivo.

Maitines de Navidad en el Seminario de Nuestra Señora de Guadalupe (FSSP) tras los cuales se celebró la Misa de Gallo.

Para ser exhaustivos, vale la pena señalar que hay dos Misas que no siguen el patrón Tercia-Sexta-Nona, a saber, la primera y la segunda Misa de Navidad. La primera, la Misa de Gallo –que no es la Misa de la Vigilia de la Natividad, que se dice después de Nona el 24 de diciembre, o después de Tercia si cae en domingo– se dice después de Maitines, alrededor de la medianoche, porque Cristo “nació literalmente durante la noche, como una señal de que Él vino a las tinieblas de nuestra enfermedad; por eso también en la Misa del Gallo decimos el Evangelio de la natividad de Cristo según la carne” (S.T. III, q. 83, a. 2, ad. 2). La segunda, la Misa de la Aurora, se dice después de Laudes y Prima (la primera hora), porque hay un “nacimiento espiritual, por el cual Cristo nace como el lucero de la mañana en nuestros corazones (2 Pedro I, 19), y por eso se canta esta Misa al amanecer” (ibid.). Es la tercera, la Misa del Día de la Navidad, que se celebra después de Tercia, la Misa propia de esta Fiesta11.

Además de todo esto, santo Tomás y Durando señalan que durante la Cuaresma hay “días dobles”, cuando se dicen dos Misas. En los Misales anteriores a 1962, después de la entrada del 4 de febrero en el Propio de los Santos, se da una extensa rúbrica sobre cómo proceder durante la Cuaresma. Una parte de esta rúbrica se traduciría así:

Sin embargo, donde existe la obligación coral [como en los monasterios], la Misa de la Fiesta [de rango Doble o Semidoble] se reza extra Chorum, sin conmemoración de la feria de Cuaresma, después de que se haya rezado la hora Tercia; la Misa conventual de la feria se dice in Choro, sin conmemoración de la Fiesta, después de haber rezado la hora Nona… Pero si la fiesta es Doble de Primera o Segunda Clase, la Misa conventual de la misma se dice in Choro, y se reza extra Chorum la Misa de la Feria. Quedan prohibidas, sin embargo, las Misas privadas de la Misa de Feria.

Aquí vemos que la práctica descrita por santo Tomás y Durando todavía se mantenía donde había obligación coral, como en los monasterios. Cuando cae una fiesta durante la Cuaresma, se dicen dos Misas: la Misa de la fiesta por la mañana y la Misa de la feria de Cuaresma por la tarde.

Entonces, querido lector, la próxima vez que te encuentres en Misa, trata de identificar qué tipo de día es en el calendario litúrgico: un día de fiesta, un día sin fiesta y sin ayuno o un día de ayuno o penitencial, y únase usted mismo a la parte de la Pasión de Nuestro Señor asociada con la hora en que se habría dicho esta Misa. Y así, estarás uniéndote en espíritu a aquellos cristianos romanos de antaño y a aquellos religiosos que, aún hoy, siguen observando la práctica de celebrar la Misa después de Tercia, Sexta o Nona según el caso. Y la próxima vez que alguien pregunte “¿A qué hora es la Misa?”, asegúrese de compartirle este artículo.

R.P. William Rock, FSSP

William Rock, FSSP fue ordenado sacerdote en otoño de 2019 y actualmente está asignado a la parroquia Regina Caeli en Houston, Texas.  Agradecimiento especial al P. James Smith, FSSP, por su apoyo y aliento.

Artículo original


1. En ciertos días del Año Litúrgico, el Papa celebraría la Misa primaria por la ciudad de Roma en una de las varias iglesias de la urbe. La iglesia donde esto se llevaba a cabo se llamaba Estación. [regresar]

2. El Oficio Divino es una colección de salmos, himnos y oraciones que se asignan para cada día, y que luego se dividen en diferentes “horas” que históricamente se corresponden con diferentes momentos del día. [regresar]

3. Durand, Guillaume. Rationale IV – De la Misa y de cada acto relativo a ella. Aquí Durandus parece estar haciendo una distinción entre días con arrodillamiento penitencial y días sin él, una distinción que todavía se mantiene hoy. En los días de ayuno o durante las Misas de carácter más luctuoso, los asistentes a Misa se arrodillan para la(s) Colecta(s) (oración de apertura), desde el Sanctus hasta la Comunión, estando de pie durante el Agnus Dei y la Pax, y para la(s) poscomunión(es) (oración de clausura) (“con genuflexión”). En el Oficio Divino, los asistentes también se arrodillarían para la(s) oración(es) de clausura. En el resto de los días, los asistentes a Misa solo se arrodillaban para la Consagración y la Comunión por reverencia («sin genuflexión»). Como el arrodillamiento penitencial nunca ocurriría los domingos, sino solo el arrodillamiento reverencial, todavía se observa el vigésimo canon de Nicea I. [regresar]

4. Schuster, Ildefonso. El Sacramentario, vol. II (Partes 3 y 4). Para más información sobre la ruptura histórica del ayuno cuaresmal cotidiano, consulte el artículo de Gregory DiPippo aquí. Al leer su artículo, tenga en cuenta que, según el Beato Schuster, “las Vísperas no formaron parte del cursus romano hasta el siglo VII” (vol. II, p. 251). Siendo este el caso, antes de que se introdujeran las Vísperas, el ayuno cuaresmal diario se habría roto inmediatamente después de la Misa. [regresar]

5. Además de los Sábados de Témporas y el Sábado Santo, el Pontificale Romanum [ediciones de 1752 y 1961-1962] también indica el sábado anterior al Domingo de Pasión como día de Ordenaciones. La rúbrica dice: “Tempora ordinationum sunt: ​​sabbata in omnibus Quatuor Temporibus, sabbatum ante dominicam de Passione et Sabbatum sanctum”. [regresar]

6. Guéranger, Prosper. El Año Litúrgico, 5 (Cuaresma). [regresar]

7. Schuster, Ildefonso. El Sacramentario, vol. IV (Partes 7 y 8). [regresar]

8. Véase, por ejemplo, Schuster, vol II. [regresar]

9. En el Código de Derecho Canónico de 1917, la Vigilia de Pentecostés figuraba como un día de ayuno y abstinencia (Canon 1252, 2). [regresar]

10. Además, otra entrada en el Decreto indica que la Misa del Sábado Santo debe comenzar alrededor del comienzo de la noche: “In ieiuniis etiam quatuor temporum horas circa uespertinas, in sabbato uero sancto circa noctis inicium missarum solempnia sunt celebranda”. [regresar]

11. Que la Misa del Día de Navidad es históricamente la Misa propia de la Natividad del Señor también se puede deducir de la evaluación de las Estaciones de cada Misa. La Estación para la Misa de Gallo es Santa María en el Pesebre, que es una capilla de la basílica de Santa María la Mayor. Según el Beato Schuster “si hemos de juzgar el número de fieles por el tamaño del lugar en el que se celebró la estación, debemos concluir que la pequeña cripta ad præsepe [en la cuna] acomodaría a muy pocas personas”. Como tal, esta capilla no podía albergar la gran concurrencia de romanos que se esperaba que asistieran en un día de tanta importancia. La segunda Misa, la Misa de la Aurora, se celebra en la iglesia de Santa Anastasia. Originalmente, según el Beato Schuster, no se trataba de una Misa de Navidad sino de la Santa misma, ya que este día era el aniversario de su martirio. Solo más tarde la Misa se convirtió en una de Navidad, conmemorando a la mártir, como todavía se observa hoy. Es sólo la tercera Misa, entonces, celebrada en San Pedro en el Vaticano, que verdaderamente puede considerarse la histórica Misa solemne de la Navidad. [regresar]

Finalizamos con esta serie sobre las reformas de los ritos de Semana Santa, introducidos en 1955 por el papa Pío XII, y que son los que se encuentran en el misal de 1962, y prácticamente con la misma disposición en el misal de Pablo VI.

Vigilia Pascual

1. Invento: Se introduce una bendición del cirio pascual en el atrio, el cual debe ser sostenido por el diácono durante toda la ceremonia.

Práctica tradicional: Se bendice en el exterior de la iglesia el fuego nuevo y los granos de incienso pero no el cirio.

El fuego pasa al arúndine o “tricirio”, una especie de caña o asta con tres velas en su extremo, las cuales son encendidas progresivamente durante la procesión al interior del templo: de allí las tres invocaciones del Lumen Christi. Con una de estas candelas se enciende el cirio pascual que, desde el comienzo de la ceremonia, se encuentra colocado en el candelabro (en muchas iglesias paleocristianas la altura de este candelabro había exigido la construcción de un ambón a fin de poder alcanzar el cirio, tal como puede observarse en la catedral de San Mateo, en Salerno). El fuego es llevado por la caña con las tres velas –la Santísima Trinidad–, al gran cirio pascual –Cristo resucitado–, a fin de simbolizar que la resurrección es obra de la Trinidad.

Con esta reforma se convirtieron en inútiles justamente en el día del Sábado Santo, todos los candelabros pascuales, muchos de los cuales venían de los albores del cristianismo. Con el pretexto de volver a los orígenes, las obras de arte de la antigüedad se convierten en inservibles piezas de museo. Las tres invocaciones del Lumen Christi dejan de tener razón litúrgica. 

Bendición del fuego nuevo.

2. Invento: Colocación del cirio pascual en el centro del coro, después de una procesión en la que se lleva dentro de la iglesia que se ilumina progresivamente a cada invocación del Lumen Christi. A cada invocación se hace una genuflexión ante el cirio y a la tercera se ilumina la iglesia entera. 

Práctica tradicional: El cirio se encuentra apagado, generalmente del lado del Evangelio, y hacia él se acercan con la caña o arúndine el diácono y subdiácono para encenderlo durante el canto del Pregón Pascual.

Las únicas luces encendidas era las velas del tricirio hasta el canto del Exultet

3. Cambio: Torcimiento de la simbología del canto del Exultet y de su naturaleza de bendición diaconal. 

Práctica tradicional: El canto del Exultet comienza delante del cirio apagado, los granos de incienso se colocan cuando el pregón habla del incienso, el cirio se enciende junto a las luces de la iglesia cuando el texto hace referencia a estas acciones, las que junto al canto constituyen la bendición.

Aunque varios reformadores querían torcer esta ceremonia, otro miembros de la Comisión se opusieron por lo que el resultado fue el pasticcio de un canto tradicional asociado a un rito totalmente alterado. Y sucede entonces que uno de los momentos más significativos de todo el ciclo litúrgico se convierte en una escena teatral de gran incoherencia. En efecto, las acciones de las que habla el cantor del Exultet –en el rito alterado– han sido realizadas media hora antes en el atrio del templo. Se canta sobre la inserción de los granos de incienso suscipe pater incensi huius sacrificium vespertinum, pero éstos ya están clavados en el cirio. Se alaba el encendido del cirio con la luz de la Resurrección sed iam columnæ huius præconia novimus quam in honorem Dei rutilans ignis accendit, pero el cirio hace rato que está encendido. La simbología de la luz se desnaturaliza porque cuando se canta triunfalmente la orden de encender todas las luces, símbolo de la Resurrección, alitur enim liquantibus ceris, quas in substantiam pretiosæ huius lampadis apis mater eduxit, hace tiempo que toda la iglesia está iluminada por los cirios que sostienen los fieles. Es una incomprensible simbología en la que las palabras pronunciadas no tienen relación con la realidad del rito. 

Por otro lado, el canto del pregón pascual constituía junto a los gestos que lo acompañaban la bendición diaconal por excelencia. Pero con la reforma, el cirio es bendecido con agua en el exterior de la iglesia.

Canto del Exultet o Pregón y posterior encendida del Cirio Pascual con el tricirio.

4. Cambio: Introducción de la práctica de dividir las letanías en dos partes, insertando en el medio la bendición del agua bautismal. 

Práctica tradicional: Terminada la bendición de la fuente bautismal, se cantan las letanías que preceden la Misa. 

5. Invento: Bendición del agua bautismal en una palangana en el centro del coro, con el celebrante cara al pueblo y de espaldas al altar.

Práctica tradicional: La bendición del agua bautismal se hace en el bautisterio, que está fuera de la iglesia o al fondo de ella. Los eventuales catecúmenos son recibidos en el ingreso del templo, y allí son bautizados, y podían después acceder a la nave, pero no al coro, como es lógico, ni antes ni después del bautismo.

En la práctica, se trató de sustituir la fuente bautismal por una cacerola de gran tamaño colocada en el centro del coro, y el motivo fue para que todos los ritos fueran realizados por los ministros cara al pueblo, según aparece claramente afirmado en los documentos de la Comisión, “a fin de que los fieles sean verdaderos actores de la celebración… por eso la Comisión ha escuchado las aspiraciones fundadas del pueblo de Dios… porque la Iglesia está abierta a los fermentos de la renovación”.

Difícilmente podría comprobarse que el pueblo haya solicitado estos cambios que terminaron por destruir todo el orden de la arquitectura sagrada desde sus mismos orígenes hasta la actualidad. En una época, el bautisterio con la fuente bautismal estaba fuera de la iglesia, y más tarde, en su interior pero junto a la entrada, ya que el bautismo es la “puerta de los sacramentos”, que hace miembro de la Iglesia a quien está fuera de ella. 

6. Cambio: Alteración de la simbología del canto sicut cervus

Práctica tradicional: Al finalizar el canto de las profecías, el celebrante se dirije hacia la fuente bautismal para proceder a la bendición del agua y al bautismo de los catecúmenos, mientras se canta el Sicut cervus. El canto precede, lógicamente, la administración del bautismo. 

Como la bendición del agua se hizo en el coro, fue necesario inventar alguna ceremonia para llevarla al bautisterio, la cual se hace cantando el Sicut cervus, es decir la parte del salmo 41 que hace referencia a la sed que le sobreviene al ciervo después de haber sido mordido por la serpiente, y que se extingue solamente bebiendo el agua salvadora. Pero con los cambios, resulta que el ciervo ya ha bebido (el bautismo ha sido conferido). La simbología queda totalmente alterada. 

Infusión del Óleo de los Catecúmenos y del Santo Crisma durante la consagración de las aguas de la pila bautismal.

7. Invento: Se introduce ex nihilo la renovación de las promesas bautismales.

Práctica tradicional: No existe renovación de las promesas bautismales y, en esta modalidad, no había existido nunca antes en las liturgias de Oriente y Occidente.

Se trata de una “creación pastoral” que no tienen ningún asidero litúrgico, con el fin de “tomar conciencia” de los sacramentos recibidos en el pasado. De un modo análogo se procede en la misa crismal del Jueves Santo con la renovación de las promesas sacerdotales. Con estas prácticas se introduce un vínculo entre el orden sacramental y el orden sentimental-emocional, entre eficacia del sacramento y toma de conciencia. Estas prácticas, que no tienen ningún fundamento ni en la Escritura ni en la praxis de la Iglesia, pareciera ser un débil convencimiento en la eficacia de los sacramentos.  

8. Cambio: Se introduce sin ninguna justificación litúrgica, la segunda parte de las letanías dejadas a la mitad antes de la bendición del agua bautismal.

Práctica tradicional: Las letanías se cantan íntegramente y sin interrupciones después de la bendición de la fuente bautismal y antes de la Misa.

Se trata de una innovación incoherente e incomprensible.

Postración durante las letanías de los santos previas a la Misa.

9. Cambio: Supresión de las oraciones al pie del altar, del salmo Iudica me Deus y del Confiteor al inicio de la Misa.

Práctica tradicional: La Misa se inicia con las oraciones al pie del altar, el salmo 42 y el Confiteor

Se trata de un claro antecedente de los que sucederá algunos años más adelante, con el Novus Ordo Missæ, en el cual se suprime definitivamente el salmo Iudica, que recordaba la indignidad del sacerdote que accede al altar. 

10. Cambio: En el mismo decreto se abolen todos los ritos de la Vigilia de Pentecostés con excepción de la Misa. 

Práctica tradicional: La Vigilia de Pentecostés posee una serie de ritos particulares a los cuales se hace referencia en el hanc igitur de la Misa. 

Se trata de una ignominiosa e indignante abolición. El día de Pentecostés tenía, desde los más remotos tiempos, una vigilia similar a la vigilia pascual. Según los documentos de la Comisión, no hubo tiempo para reformarla y, por otro lado, no se la podía mantener en tanto que cincuenta días antes se habría celebrado una vigilia pascual totalmente reformada.

Consecuentemente, se decidió eliminarla ignorando más de un milenio de tradición.

Confiteor al comienzo de la Misa de la Vigilia Pascual.

Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

Misa de Presantificados

1. Invento: Se impone un nuevo nombre: “Solemne acción litúrgica del Viernes Santo”, eliminando la antiquísima Feria sexta in Parasceve y la “Misa de presantificados”. 

Práctica tradicional: El nombre de “presantificados” subraya la consagración de las especies eucarísticas que había tenido lugar en un oficio precedente y se relacionaba con el rito eucarístico.

Esto era particularmente antipático para la Comisión –a pesar de que existe en todos los ritos católicos–, por lo que decidió “reducir la amplificación estructural del Medioevo que aparecía en la así llama ‘misa de presantificados’, y retornar a las líneas severas y puras de una grandiosa comunión general”.  

2. Cambio: El altar no tiene más la cruz velada.

Práctica tradicional: La cruz velada permanece en su lugar, o sea, sobre el altar desnudo y rodeada por dos candelabros.

La imagen de la cruz había sido velada en el primer domingo de Pasión, a fin de que permaneciera en su lugar natural –es decir, sobre el altar–, y fuera develada solemne y públicamente el Viernes Santo, día del triunfo de la Pasión redentora. Con la reforma, la cruz es guardada en la sacristía la tarde del Jueves Santo, sin ninguna solemnidad, junto a los manteles del altar. Es llamativo que el día más importante de su historia, la cruz esté ausente del altar.

3. Cambio: Los manteles del altar no están extendidos desde el inicio de la ceremonia e, igualmente, el sacerdote no usa la casulla desde el inicio sino solamente alba y estola. 

Práctica tradicional: El sacerdote y los ministros usan casullas negras y, llegados al altar, se postran mientras los acólitos extienden un solo mantel sobre el mismo.

El hecho de que el sacerdote y los ministros usen casullas, y para un rito que no era strictu sensu la Misa, testimonia al antigüedad de esta ceremonia. La Comisión por una parte, sostenía que las ceremonias del Viernes Santo estaban constituidas por “elementos que, desde la antigüedad, permanecieron sustancialmente intactos”, y por otra, introdujeron modificaciones que separaran la liturgia eucarística de la “primera parte de la liturgia, la liturgia de la palabra”. Esta distinción moderna que luego pasará el Novus ordo missae de Pablo VI, ya estaba aquí presente y, según el P. Braga, debía ser significada por el hecho que el sacerdote usara solamente la estola y no la casulla. 

(No trataremos aquí la cuestión de la oración por los judíos que requiere precisiones filológicas. Los interesados sobre el tema pueden ver este artículo).

4. Cambio: La lectura del Evangelio no es más distinta de la lectura de la Pasión.

Práctica tradicional: El Evangelio se canta en un tono distinto de la Pasión aunque, en este día de luto, sin incienso ni candelabros. 

5. Invento: Para la séptima oración se introduce el nombre “Pro unitate Ecclesiæ”.  

Práctica tradicional: La oración no tiene ese nombre ambiguo.

Con la ambigüedad expresiva se introduce la idea de la Iglesia en búsqueda de su propia unidad social que todavía no habría alcanzado. Los que están fuera de la Iglesia deben volver a ella, deben volver a una unidad que ya existe, y no reunirse con los católicos a fin de dar lugar a una unidad que todavía no existe. Según el P. Braga, el objetivo de la Comisión había sido eliminar de la oración algunas palabras que hablaban de las almas engañadas por el demonio y arrastradas por la maldad de la herejía “animas diabolica fraude deceptas” y “hæretica pravitate”.Y también las que pedían el retorno de los que están equivocados a la verdad: “errantium corda resipiscant, et ad veritatis tuæ redeant unitatem”.Sin embargo, no pudieron alcanzar en ese momento sus objetivos.

La Adoración de la Cruz se realiza postrados, tanto ministros como fieles.

6. Invento: Procesión de retorno solemne de la cruz desde la sacristía al templo.

Práctica tradicional: La cruz permanece velada sobre el altar, y se devela públicamente en el presbiterio, es decir, en el lugar donde había permanecido velada durante dos semanas. 

En la liturgia, lo que parte en procesión solemne, retorna en procesión solemne. En esta caso, la cruz había partido casi a las escondidas la tarde del Jueves Santo cuando se desnudaba el altar. No se comprende el significado litúrgico de esta innovación. Quizás se trate del intento de restituir el rito que tenía lugar en Jerusalén durante los siglos IV-V según lo relata Egeria: “En Jerusalén, la adoración se hacía sobre el Gólgota”, y la peregrina española recuerda que “la comunidad se reunía temprano por la mañana. Delante del obispo […] se traía el relicario de plata con las reliquias de la cruz”. Lo curioso es que esta dudosa reconstrucción de un rito no se realiza en el Monte Calvario ni en la liturgia jerosolimitana de los primeros siglos, sino en Occidente y en la liturgia romana.

7. Cambio: Se reduce la importancia de la procesión eucarística.

Práctica tradicional: El Santísimo Sacramento retorna en una procesión con solemnidad similar a la del día precedente, y la realiza el celebrante. 

La Comisión decide reducir la procesión del retorno del Cuerpo de Cristo a una forma casi privada. El Santísimo había sido llevado el día anterior solemnemente al Sepulcro (este es el nombre que utiliza toda la tradición cristiana, incluso el Memoriale Rituum y la Congregación de Ritos) y parece lógico y litúrgico que del mismo modo retornara. Pareciera una reducción de los honores que se rinden al Santísimo Sacramento. Incluso, en el caso de la misa solemne, es el diácono quien lo trae y no el sacerdote.

8. Cambio: Eliminación de las incensaciones al Santísimo Sacramento.

Práctica tradicional: La hostia consagrada es incensada como de costumbre, pero no así el celebrante. Los signos de luto son claros pero no se extienden al Santísimo.

9. Cambio: Introducción del Padrenuestro rezado por los fieles.

Práctica tradicional: El Padrenuestro es rezado solamente por el sacerdote, como siempre. 

“La preocupación pastoral de una participación consciente y activa de la comunidad cristiana” es dominante. Los fieles deben ser “verdaderos actores de la celebración… y era esto lo que pedían los fieles, sobre todo aquellos más sensibles a la nueva espiritualidad… La Comisión ha escuchado las aspiraciones fundadas del pueblo de Dios”

Habría que demostrar que estas aspiraciones eran de los fieles y no de un grupo de liturgistas de vanguardia. Y habría que explicitar también qué entendía la Comisión por “nueva espiritualidad”

10. Cambio: Eliminación de la oración con referencias al sacrificio durante la consumición de la hostia. 

Práctica tradicional: Se mantiene la oración “Orate fratres ut meum ac vestrum sacrificium…” aunque no seguía la respuesta acostumbrada.

Es verdad que en este día no se tiene, strictu sensu, el sacrificio eucarístico pero también es verdad que la consumición de la víctima inmolada el día anterior es una parte, aunque no esencial, del sacrificio. 

Durante la Misa de Presantificados se eleva la Hostia sobre la patena con una sola mano.

11. Cambio: Eliminación de la inmisión de una parte de la hostia consagrada en el vino del cáliz.

Práctica tradicional: Se introduce una partícula de la hostia consagrada en el vino, pero se omiten las oraciones relativas a la consumición de la Sangre. 

La inmisión de una parte de la hostia consagrada en el vino no consagrado –práctica que también mantiene el rito bizantino–, evidentemente no consagra al vino, y nunca esto fue creído por la Iglesia. Simplemente esta unión manifiesta simbólicamente, aunque no realmente, la reunificación del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y la unidad del Cuerpo Místico en la vida eterna. Las Memorias de la Comisión indican que sus integrantes eliminaron este rito porque, según afirmaban, existía desde el Medioevo debido a una creencia errónea según la cual, la inmisión de la hostia consagrada consagraba también el vino; una especie de ósmosis sacramental… Hay que decir, en primer lugar, que no está comprobado de ninguna manera que esa haya sido la opinión corriente, y afirmar siquiera esta posibilidad, implicaría que la Iglesia Romana hubiese mantenido durante siglos una práctica errónea sin querer modificarla, errando de ese modo sobre un hecho dogmático. Estas afirmaciones de la Comisión se entiende en el marco del racionalismo positivista que estaba de moda en los ’50.

12. Cambio: El cambio de los horarios de la celebración terminó por crear notables problemas pastorales y litúrgicos. 

Práctica tradicional: La misa de presantificados de Viernes Santo tenía lugar durante la mañana del Viernes Santo.

Esta práctica permitía que durante la tarde tuvieran lugar diversas expresiones de la piedad popular, como el Vía Crucis, la predicación de las Siete Palabras, el Sermón de Soledad, las procesiones tan típicas de la Semana Santa andaluza, y muchísimas más que se enraizaban en las tradiciones de cada lugar. Claramente, la “reforma pastoral” no fue pastoral porque había nacido de expertos que no tenían contacto real con las parroquias ni con la devoción y la piedad popular, a la que muchas veces despreciaban. 

Según los reformadores, en la tarde del Viernes Santo se creaba un vacío litúrgico que era llenado con “devociones populares”, y para remediar esta situación decidieron cambiar el horario y dictaminar que la ahora llamada “acción litúrgica” sea a las 15 hs. Se intento solucionar el “escándalo” de las devociones populares con el peor de los métodos pastorales, que es el de omitir las prácticas populares y no darles ninguna importancia. 

Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

Misa de Presantificados, Pquia. Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

Segunda parte de la serie sobre la Semana Santa Tradicional y su reforma preconciliar.

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En octubre de 1949, la Comisión de Ritos nombró una comisión litúrgica que debía ocuparse del Rito Romano y de eventuales reformas a realizarse y sobre la necesidad de aplicarlas. Lamentablemente, la calma necesaria para tal trabajo no fue posible a causa de las continuas presiones de los episcopados de Francia y Alemania que reclamaban, en la más grande y exigente precipitación, cambios repentinos. La Congregación de Ritos y la Comisión se vieron obligadas a ocuparse de la cuestión de los horarios de la Semana Santa a fin de bloquear las fantasías de ciertas “celebraciones autónomas” especialmente las relativas a la vigilia del Sábado Santo. En este contexto se debía aprobar ad experimentum un documento que permitiese la celebración vespertina de los ritos del Sábado Santo: se trata del Ordo Sabatto Sancti, del 9 de junio de 1951.

En los años 1948-1949, la comisión fue erigida bajo la presidencia del Cardenal Prefecto Clemente Micara y sustituido en 1953 por el cardenal Gaetano Cicognani. Contaba también con la presencia de Mons. Alfonso Carinci, de los padres Giuseppe Löw, Alfonso Albareda, Agostino Bea, y Annibale Bugnini. En 1951 se unió Mons. Enrico Dante, en 1960 Mons. Pietro Frutaz, don Luigi Rovigatti, Mons. Cesario d’Amato y finalmente el padre Carlo Braga. Este último, era desde hacía un tiempo un estricto colaborador de Annibale Bugnini y, durante 1955 y 1956, aunque no era todavía miembro de la Comisión, fue participante de los trabajos (C. Braga, “Maxima Redemptionis Nostræ Mysteria 50 anni dopo (1955-2005)” in Ecclesia Orans n. 23 [2006], p. 11). Braga afirma claramente haber vivido en primera persona la reforma y haber participado activamente en los trabajos. Fue también autor, junto a Bugnini, de los textos histórico-críticos y pastorales sobre la Semana Santa. Nos referimos a A. Bugnini y C. Braga, Ordo Hebdomadae Sanctae instauratus (Bibliotheca Ephemerides Liturgicæ, sectio historica 25), Roma: 1956, los cuales funcionarían como una suerte de salvoconducto “científico” de las modificaciones aportadas. 

La Comisión trabajaba en secreto y bajo la presión de los episcopados centroeuropeos. Tanto era el secreto que la improvisada e inesperada publicación del Ordo Sabbati Sancti instaurati del 1 de marzo de 1951, “tomó por sorpresa a los mismos oficiales de la Comisión de Ritos”, como refiere el miembro de la Comisión Annibale Bugnini (A. Bugnini, La riforma liturgica (1948- 1975), Roma 1983, p. 19).

Y fue el mismo Padre Bugnini quien explicó el modo singular con el cual los resultados de los trabajos de la Comisión sobre la Semana Santa eran referidos a Pío XII, quien

[…] era mantenido al corriente por Mons. Montini y, más todavía y semanalmente por el P. Bea, confesor de Pío XII. Gracias a este procedimiento se pudo alcanzar resultados notables, también en los periodos en las cuales la enfermedad del Papa impedía que nadie se avecinara a su presencia.

A. Bugnini, La Riforma liturgica, op. cit., p. 19

El Papa estaba afectado de una enfermedad grave del estómago que lo obligaba a una larga convalecencia, y no era por tanto el cardenal prefecto de Ritos, responsable de la Comisión, quien lo informara, sino el entonces Mons. Montini y el futuro cardenal Bea, que tanta parte tendría en las reformas posteriores.

Los trabajos de la Comisión terminaron en 1955, cuando el 16 de noviembre fue publicado el decreto Maxima redemptionis nostrae mysteria, que debía entrar en vigor en la Pascua del año sucesivo. El episcopado mundial recibió de modo diverso las novedades y, más allá del triunfalismo debido a una decisión pontificia, no faltaron lamentos por los inventos introducidos e incluso se multiplicaron los pedidos para poder conservar el rito tradicional, pero ya la máquina de la reforma litúrgica se había puesto en movimiento y detener su curso sería imposible como lo iba a demostrar la historia sucesiva.

Entre los personajes más notorios que plantearon su oposición a la reforma se cuenta el liturgista Mons. León Gromier, conocido por su documentado comentario al Caeremoniale Episcoporum, y que era consultor de la Congregación de Ritos y de la Academia Pontificia de Liturgia. El mismo papa Juan XXIII, en la celebración del Viernes Santo de 1959, en la iglesia de la Santa Cruz en Jerusalén, celebró siguiendo las prácticas tradicionales y haciendo caso omiso de las reformas de Pío XII, dando prueba que no compartía las incongruencias adoptadas (Puede verse la documentación fotográfica y la confirmación por parte de Mons. Bartolucci quien afirmó que recibió la orden de Mons. Dante de seguir los ritos tradicionales: https://bit.ly/2q74aJF). 

Veremos a continuación, de modo detallado, cuáles son los cambios que se introdujeron por esta reforma, que el cardenal Antonelli definió como el “acto más importante en materia litúrgica desde San Pío V a nuestros días” (F. Antonelli, “La riforma liturgica della Settimana Santa: importanza attualità prospettive” in La Restaurazione liturgica nell’opera di Pio XII. Atti del primo Congresso Internazionale di Liturgia Pastorale, Assisi- Roma, 12-22 settembre 1956, Genova 1957, p. 179-197). 

Domingo de Ramos

1. Invento: Uso del color rojo para la procesión y morado para la misa.

Práctica tradicional: uso del morado tanto para la procesión como para la misa.

Justificación de la Comisión:

[…] se podría restituir el rojo primitivo usado durante el medioevo para esta solemne procesión. El color rojo recuerda la púrpura real… y de esta manera la procesión se distinguiría como un elemento sui generis.

Archivio della Congregazione dei Santi, fondo Sacra Congregatio Rituum, Annotazione intorno alla riforma della liturgia della Domenica delle Palme, p. 9

Objeción: No se trata de negar que el color rojo pueda ser signo de la púrpura real aunque habría que probar que, efectivamente, se usaba durante el Medioevo en ese sentido, pero resulta llamativo el modo de proceder y el motivo por el cual se buscan razones sui generis y se decide que el rojo deba tener en este día una simbología determinada racionalmente, según el capricho o la fantasía de los liturgistas. De hecho, en el Rito Romano, el rojo es el color del martirio o del Espíritu Santo, y en el Rito Ambrosiano, que se usa el Domingo de Ramos, se lo hace para indicar la sangre de la Pasión y no la realeza. En el Rito Parisino se usaba el negro. Este cambio no habría que atribuirlo a una práctica atestiguada sino a la idea caprichosa de un “pastoral profesor de seminario suizo” (L. Gromier, Semaine Sainte Restaurée, in Opus Dei (1962), n. 2, p. 3).

2. Cambio: Abolición de las planetas (o casullas) plegadas y consecuentemente del estolón o stola largior.

Práctica tradicional: Uso de las casullas plegadas por parte de los tres ministros y del estolón diaconal, que no es más que una casulla enrollada en bandolera, para ciertas partes de la misa.

Era esta una práctica de las más antiguas del rito romano que había sobrevivido hasta entonces, y que nunca se había osado cambiar por la veneración que implicaba, por lo extraordinario de los ritos de Semana Santa y por extremo dolor de la Iglesia durante estos días. Por otro otro lado, no se explica que la misma Comisión que introducía del color rojo porque era una práctica medieval, aboliera otra práctica medieval por ser, justamente, medieval. 

3. Invento: Bendición de los ramos cara al pueblo y dando la espalda a la cruz y al altar y, en algunos casos, al Santísimo.

Práctica tradicional: Los ramos se bendicen en el altar, del lado de la epístola, luego de una Lectura, un Gradual, un Evangelio y, sobre todo, de un Prefacio con el Sanctus que introduce las oraciones de bendición. 

Con el objetivo de lograr la participación de los fieles, se introduce la idea de las celebraciones litúrgicas cara al pueblo y de espaldas a Dios. Se inventa una mesa, que se coloca entre el altar y el comulgatorio, con los ministros versus populum, con lo cual se introduce un nuevo concepto del espacio litúrgico y de la orientación de la oración. 

4. Cambio: Supresión del prefacio con las palabras relativas a la autoridad de Cristo sobre los reinos y su autoridad sobre este mundo. 

Práctica tradicional: El rito romano prevé en ocasión de los grandes momentos litúrgicos como la consagración de los óleos o la ordenación sacerdotal, el canto de un prefacio como un modo particularmente solemne de dirigirse a Dios.

También para la bendición de los ramos se prevé un prefacio que describe el orden divino de la Creación y su sumisión a Dios Padres, sumisión de lo creado que era advertencia a los reyes y gobernantes acerca de su propia sumisión a Dios: “Tibi enim serviunt creaturae tuæ: quia te solum auctorem et Deum cognoscunt et omnis factura tua te collaudat, et benedicunt te sancti tui. Quia illud magnum Unigeniti tui nomen coram regibus et potestatibus huius saeculi libera voce confitentur”. El texto revela en pocas líneas la base teológica que fundamenta el deber que tienen los gobernantes temporales de someterse a Cristo Rey.

La asombrosa justificación de la Comisión para este cambio es la siguiente:

Teniendo en cuenta la poca coherencia de estos prefacios, su larga extensión y, en algunos casos, la pobreza de pensamiento, su pérdida no parece relevante. 

C. Braga, op. cit., p. 306
Bendición de los ramos.

5. Cambio: Supresión de las oraciones sobre el significado y beneficio de los sacramentales, y sobre el poder que tienen contra el demonio. 

Práctica tradicional: Las antiguas oraciones recuerdan el rol de los sacramentales, los cuales poseen un poder efectivo (ex opere operantis Ecclesiæ) contra el demonio.

La Comisión consideró que estas oraciones eran “ampulosas…, con toda las características de la erudición típica de la época carolingia”. Se ve que aunque los reformadores están de acuerdo con respecto a la antigüedad de los textos, no los consideran de su gusto porque “es muy débil la relación directa de la ceremonia con la experiencia de la vida cristiana, o sea el significado litúrgico pastoral de la procesión como homenaje a Cristo Rey”. Nadie puede entender la razón de tal “débil relación”

La “experiencia de la vida cristiana concreta” de los fieles es poco más adelante completamente despreciada por la misma Comisión que considera que “estas piadosas costumbres [los ramos bendecidos], aún justificadas teológicamente, puede degenerar como de hecho se degeneran, en supersticiones”. Más allá del tono racionalista apenas disimulado, hay que tener en cuenta que las antiguas oraciones fueron deliberadamente sustituidas por nuevas fórmulas según lo dicen expresamente los autores. Es decir, las antiguas oraciones no gustaban porque expresaban de un modo demasiado marcado la eficacia de los sacramentales y, por tanto, se inventan otras nuevas. 

6. Invento: cruz procesional no velada, aún cuando la cruz del altar permanece velada.

Práctica tradicional: La cruz del altar permanece velada como así también la cruz procesional, a la cual se ata un ramo bendecido, como una referencia a la cruz gloriosa y a la Pasión vencedora del Señor.

El motivo de este invento se nos escapa completamente. Más que un eventual significado místico, parece más bien el fruto de las prisas que tenían los redactores debido a las presiones de los episcopados.

7. Cambio: Eliminación de los golpes con la cruz a la puerta de la iglesia que permanecía cerrada. 

Práctica tradicional: La procesión se reúne delante de la puerta cerrada de la iglesia. Un diálogo cantado entre un coro de cantores en el exterior se alterna con otro que está dentro del templo. Luego se procede a la apertura de las puertas, la que ocurre después de haberla golpeado con la parte baja del asta de la cruz procesional. 

Este rito simboliza la resistencia inicial del pueblo judío y el ingreso triunfal de Cristo en Jerusalén, pero también la cruz vencedora de Cristo que abre las puertas del cielo y que es causa de nuestra resurrección: “hebræorum pueri resurrectionem vitæ pronuntiantes”.

8. Invento: Una oración que se recita al final de la procesión, en el centro del altar cara al pueblo. 

Práctica tradicional: La procesión termina normalmente y luego se inicia la Misa con las oraciones al pie del altar como de costumbre. 

La oración introducida aparece como una pegatina al rito en razón de su naturaleza arbitraria: “A fin de dar a la procesión un elemento preciso de conclusión, hemos pensando en proponer un particular Oremus”, dice la Comisión. 

El mismo padre Braga confesaba cándidamente cincuenta años después que el invento de esta oración no había sido feliz:

El elemento que desentona un poco en el nuevo Ordo es que la oración conclusiva de la procesión que rompe la unidad de la celebración.

C. Braga, op. cit., p. 25
Oraciones al pie del altar o antemisa.

9. Cambio: Se elimina la distinción entre la Pasión y Evangelio. Además, en la Pasión se elimina la frase final. 

Práctica tradicional: El canto de la Pasión es distinto del canto del Evangelio, que llega hasta Mateo XXVII, 66. 

La Pasión había tenido siempre un estilo narrativo, como un momento distinto al Evangelio. Era cantada por tres voces distintas luego de la lectura del Evangelio, el que era cantado solamente por el diácono con un tono diferente, con el uso del incienso pero sin cirios. La reforma confunde los dos aspectos; Pasión y Evangelio son amalgamados en un único canto sin ahorrarse vistosos recortes del inicia hasta el final. De esta manera, se termina por privar a la misa y al diácono del canto del Evangelio que resulta formalmente suprimido. 

10. Cambio: Eliminación del pasaje evangélico que conecta la institución de la Eucaristía con la Pasión de Cristo (Mt. 26, 1-36).

Práctica tradicional: La Pasión es precedida por la lectura de la institución de la Eucaristía revelando de ese modo el vínculo íntimo, esencial y teológico de ambos pasajes.

Este cambio es desconcertante. Según lo que aparece en los archivos de la Comisión, se había decidido no hacer ningún cambio con respecto a la lectura de la Pasión ya que era una institución antiquísima. Sin embargo, no se sabe cómo ni por qué, la narración de la Última Cena fue eliminada. Parece difícil pensar que el único motivo haya sido una cuestión de tiempo, para no hacer tan larga la lectura, sobre todo cuando se considera la relevancia del pasaje. Hasta ese momento, la Tradición había querido que en la narración de la Pasión de los Sinópticos tuviera siempre incluida la institución de la Eucaristía que, con la separación sacramental del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el anuncio de la Pasión. La reforma amputa un pasaje fundamental de la Escritura que es vínculo de consecuencialidad entre la Última Cena, sacrificio del Viernes Santo y Eucaristía. 

El pasaje de la institución de la Eucaristía será también eliminado del Martes y el Miércoles Santos, ¡con el extraordinario resultado que permanecerá ausente de todo el ciclo litúrgico! Es decir, con la Semana Santa reformada bajo Pío XII, en ningún momento del año se lee el evangelio de la institución de la Eucaristía. 

Esto fue consecuencia de un cambio hecho a las apuradas que desbalanceó una obra plurisecular.

Canto del Evangelio

Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

En ocasión del comienzo de la Semana Santa, presentamos a nuestros lectores una serie comparativa entre los ritos tradicionales de la misma con su versión adulterada poco antes del Concilio Vaticano II escrita por nuestro amigo el Dr. Rubén Peretó Rivas, adaptada a partir de un trabajo del R. P. Stefano Carusi.

La celebración de la Semana Santa según el Rito Romano Tradicional –es decir, previo a las reformas de Pío XII introducidas en 1955– se sucedieron este año a lo largo de todo el mundo. Los sitios dedicados al tema han dado cuenta de ello en un sinfín de fotografías que vale la pena mirar y llevan a preguntarnos si el tema es, contrariamente a lo que se decía, mucho más que una cuestión menor, propia de discusiones exquisitas y en las que no vale la pena detenerse.

Celebrante entregando las palmas benditas al diácono y subdiácono, revestidos de casullas plegadas.

[…]

Para ser serios, lo mejor es repasar en qué consistió esa reforma y por qué el interés de celebrar al rito anterior. Pocos de los que hablan y critican saben de qué se trata, y piensan que solamente fue una cuestión de cambios de horarios: la Vigilia Pascual dejó de celebrarse el sábado por la mañana, y pasó a celebrarse por la noche. En realidad, esto sí que fue un detalle. Los cambios fueron mucho más profundos. Y un texto del papa Pablo VI que aparece en la constitución apostólica que pone en vigencia el misal de 1969, es suficientemente significativo al respecto:

Se ha visto la necesidad que las fórmulas del Misal Romano fuesen revistas y enriquecidas. El primer paso de tal reforma ya se había realizado por obra de Nuestro Predecesor Pío XII con la reforma de la Vigilia Pascual y de los ritos de la Semana Santa, que constituyeron el primer paso de la adaptación del Misal Romano a la mentalidad contemporánea.

Altar del «Monumento», Parroquia Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.
La Hostia consagrada el Jueves Santo se reserva en el cáliz envuelto por el velo dentro de una urna.

Así es. Las reformas de las ceremonias de Semana Santa de mediados de los ’50 fueron instrumentadas a fin de comenzar a adaptar la Liturgia Romana a la mentalidad del mundo contemporáneo, y la prueba más clara de esto la constituye no solamente la afirmación de Pablo VI, sino también la identidad de quienes realizaron esa reforma: Annibale Bugnini, Carlo Braga y Ferdinando Antonelli, los mismos personas que una década más tarde llevaría a cabo la reforma de todo el misal romano y parirían el Novus Ordo Missae.

Parroquia Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

Vamos a dedicar algunos post a explicar detalladamente las reformas instrumentadas bajo el pontificado de Pío XII, a partir de un trabajo del P. Stefano Carusi aparecido ya hace varios años. 

Los cambios introducidos en la reforma de la Semana Santa en 1955 no se limitaron a los horarios que legítima y sensatamente podían ser modificados para el bien de los fieles.

Desde el mismo Domingo de Ramos se inventa un rito cara al pueblo y de espaldas a la cruz y al Cristo del altar, el Jueves Santo se permite que los laicos accedan al coro, en el rito del Viernes Santo se reducen los honores que se tributan al Santísimo Sacramento y se altera la veneración de la cruz, el Sábado Santo no solamente se da vía libre a la fantasía reformadora de los expertos, sino que se demuele la simbología relativa al pecado original y al bautismo como puerta de acceso a la Iglesia.

En una época en la que se proclamaba el redescubrimiento de la Escritura, se reducen los pasajes bíblicos leídos en estos importantísimos días, y se cortan incluso los mismos pasajes evangélicos relativos a la institución de la Eucaristía en los textos de Mateo, Lucas y Marcos. En la Tradición, siempre que se leía en estos días la institución de la Eucaristía, la misma se ponía en relación con el relato de la Pasión, para indicar de qué modo la Última Cena era una anticipación de la muerte en la cruz y para indicar también que esa cena tenía una naturaleza sacrificial. Se consagraban tres días a la lectura de estos pasajes evangélicos: el Domingo de Ramos, el Martes y el Miércoles Santos, pero gracias a la reforma, la institución de la Eucaristía desapareció de todo el ciclo litúrgico.

Toda la ratio de esta reforma aparece permeada de una mixtura de racionalismo y arqueologismo de contornos muchas veces fantasiosos. No es que se afirme que a este rito le falte la necesaria ortodoxia […]. Pero a pesar de esta precisión, no se puede evitar precisar la incongruencia y la extravagancia de algunos ritos de la Semana Santa reformada, al mismo tiempo que se reclama la posibilidad y la licitud de una discusión teológica sobre el tema en la búsqueda de la verdadera continuidad de la expresión litúrgica de la Tradición.

Negar que el Ordo Hebdomadae Sanctae es el producto de un grupo de eruditos académicos que, además, fueron acompañados de notorios experimentadores litúrgicos, es negar la realidad de los hechos.

S.E.R. Cardenal Burke adorando la Cruz postrado, iglesia de los Santos Miguel y Cayetano, ICRSS, Florencia.

Según el P. Carlo Braga, secretario personal de Mons. Bugnini, esta reforma fue “el ariete” que desestabilizó la Liturgia Romana en los días más santos del año, y tamaño desbarajuste tuvo notables repercusiones sobre todo el espíritu litúrgico subsiguiente. En efecto, signó el inicio de una despreciable actitud según la cual en materia litúrgica se podía hacer o deshacer según fuera el gusto de los expertos, se podía suprimir o reintroducir elementos según las opiniones histórico-arqueológicas, para darse cuenta más tarde que los historiadores se habían equivocado (el caso más notario será, mutatis mutandis, el tan aclamado “canon de Hipólito”). La Liturgia no es un juguete en manos del teólogo o del simbolista más en boga; la Liturgia posee su fuerza de la Tradición, del uso que la Iglesia infaliblemente ha hecho de ella, de los gestos que se han repetido durante los siglos, de una simbología que no puede existir solamente en la mente de académicos originales sino que responde al sentido común del clero y del pueblo, que durante siglos rezaron de esa manera.

Nuestro análisis se confirma con la síntesis del P. Braga, protagonista excepcional de estos acontecimientos:

Aquello que no hubiese sido posible psicológicamente y espiritualmente, en tiempos de Pío V y de Urbano VIII por causa de la tradición, de la insuficiente formación espiritual y teológica, de la falta de conocimiento de las fuentes litúrgicas, fue posible en tiempos de Pío XII.

Carlo Braga, “Maxima Redemptionis Nostrae Mysteria” 50 anni dopo (1955-2005)»,  in Ecclesia Orans n. 23 (2006), p. 18

Bajo el pretexto de arqueologismo se termina por sustituir la sabiduría milenaria de la Iglesia por el capricho del arbitrio personal. De esta manera, no se reforma la Liturgia, sino que se la deforma. Bajo el pretexto de restaurar los aspectos antiguos, sobre los que existen estudios científicos de dudoso valor, se desprenden de la Tradición y, después de haber descuartizado el tejido litúrgico, se hace un vistoso remiendo recurriendo a retazos arqueológicos de improbable autenticidad. La imposibilidad de resucitar en su integralidad los ritos que alguna vez existieron pero que están muertos desde hace siglos, provoca que la obra de restauración sea dejada a la libre fantasía de los expertos.

Encendida del Cirio Pascual con el arúndine o tricirio.

Quienes estén interesados en un trabajo más erudito sobre el tema pueden consultar el de Gregory DiPippo, de Henri de Villiers y el original del P. Stefano Carusi (disponible en español aquí) y como bibliografía más relevante el artículo de Nicola Giampietro, “A cinquant’anni dalla riforma liturgica della Settimana Santa”, in Ephemerides liturgicae, anno CXX (2006), n. 3 luglio-settembre.

El pasado 4 de marzo de 2023 se realizó el lanzamiento del Curso Anual de Formación en la Misa Tridentina “Conoce y Ama tu Misa”, un proyecto gestado y coordinado por María Reina – Educación católica en el hogar, con el apoyo y patrocinio de Una Voce Argentina.

El ciclo dio inicio con una Conferencia magistral a cargo de Mons. Athanasius Schneider sobre el fin latréutico de la Santa Misa.

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