Los inicios de Una Voce Internacional
Incluso antes de que entrara en vigor la Instrucción Inter Œcumenici de septiembre de 1964, que establecía los primeros cambios en la Misa, una de sus disposiciones había causado considerable inquietud. El artículo 57 estipulaba que los cantos de la Misa podían cantarse en lengua vulgar, incluidos los del ordinario: el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei. Esta nueva disposición contradecía la Constitución Conciliar sobre la Liturgia, que había establecido: “El uso de la lengua latina, salvo derecho especial, se conservará en los ritos latinos” (S.C., § 36).
Los fieles, las personas piadosas, los obispos y los cardenales se alarmaron ante la posibilidad de renunciar a cantos centenarios que eran familiares a los fieles. La posible desaparición del latín y el gregoriano en las iglesias pareció a muchos, incluso a los no practicantes y no cristianos, como la pérdida de un patrimonio inmemorial.
En mayo de 1964, Bernadette Lécureux, archivera-paleógrafa del CNRS de Francia, publica Le Latin, langue de l’Église. Allí defendía la preeminencia del latín como lengua litúrgica con cuatro argumentos: es una “lengua fija”, “sagrada”, “universal” y es la “lengua tradicional de la Iglesia”. A sugerencia del padre Caillon, que acababa de regresar de Noruega, donde ya se había formado un grupo de fieles, Bernadette Lécureux y su marido, el historiador y periodista Georges Cerbelaud-Salagnac, tomaron la iniciativa de reunir a los fieles apegados al latín y al canto gregoriano. Una primera circular enviada en octubre de 1964 fue recibida con entusiasmo. La reunión constitutiva tuvo lugar el sábado 19 de diciembre siguiente en la cripta de la iglesia de Saint-Charles de Monceau, inaugurada por el primer vicario de la parroquia, el canónigo Bernard Calle. Asistieron unas 500 personas, entre ellas varios sacerdotes y religiosos. Se decidió crear una asociación “para la salvaguardia de la lengua latina y del canto gregoriano en la Liturgia Católica Romana”. Fue el padre Réginald Ornez, dominico, quien propuso el nombre de Una Voce, en referencia al prefacio de la fiesta de la Santísima Trinidad (Una voce dicentes…).
Se trataba de intervenir ante los sacerdotes, los obispos y las autoridades romanas para defender la legitimidad y la utilidad del latín y del gregoriano. También debía apoyar a los coros y directores de coro de las parroquias. Se crearían secciones en las parroquias, con delegados en las diócesis. Se crearon una oficina, un comité directivo y un consejo de administración. Georges Cerbelaud-Salagnac, que siguió siendo el eje de la asociación durante varios años, fue nombrado delegado general, dejando la presidencia a una personalidad más conocida en el mundo de la música y el canto eclesiásticos, Amédée de Vallombrosa, compositor, director de coro en la iglesia de Saint-Eustache y profesor de música religiosa. El escritor Stanislas Fumet y, sorprendentemente, el abogado Alee Mellor, más conocido por sus libros destinados a “reconciliar” a la Iglesia y la masonería “regular”, fueron nombrados vicepresidentes. En diciembre de 1964 empezó a publicarse un modesto boletín mimeografiado de dos páginas, que pronto se convirtió en una revista quincenal.
Una Voce era un movimiento creado por laicos y dirigido por laicos, como se señalaba con un toque de ironía en el primer número del boletín, en referencia al Concilio Vaticano II:
Los laicos que hemos alcanzado la mayoría de edad [según una proclamación bastante espectacular del Concilio] tenemos derecho a esperar que la Constitución conciliar se aplique íntegramente: nadie puede negárnoslo aunque en cada parroquia sólo seamos una minoría. No podríamos aceptar la aplicación de la regla de los números, que no tiene cabida aquí. Cada alma debe poder encontrar el consuelo espiritual que busca.
Este primer número indicaba también la actitud de la asociación en sus reivindicaciones:
Nuestra actitud general debe ser, por supuesto, de perfecta cortesía, marcada por la más auténtica caridad cristiana, que no excluye en absoluto la firmeza. El respeto al Papa y el rechazo de actos de rebelión –como la ocupación de iglesias o la interrupción de servicios religiosos– y, al mismo tiempo, las constantes súplicas a la Santa Sede y las quejas a las autoridades eclesiásticas seguirán siendo el sello distintivo de Una Voce.
La asociación creció rápidamente (8000 miembros en agosto de 1966), se crearon numerosas secciones en Francia y en los meses siguientes se crearon asociaciones similares en Inglaterra (la Latin Mass Society en abril de 1965), Alemania, Escocia, Suiza, Austria, Bélgica, Australia y Noruega. El 12 de abril de 1966 se funda en Roma la Federación Internacional Una Voce. Eric de Saventhem fue su primer presidente, y lo siguió siendo durante casi cuarenta años, muy activo en la defensa del uso de la Misa Tradicional ante la Santa Sede.
Leo Darroch, Una Voce. The History of the Foederatio Internationalis Una Voce, Leominster: Gracewing, 2017.
Síntesis del Prof. Rubén Peretó Rivas.
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